viernes, 21 de febrero de 2020

El Castillo de Fátima


Cuentos mitos y leyendas de Tuluá

En sus orígenes fue una hacienda cuyos predios abarcaban lo que actualmente son los Barrios Fátima y Nuevo Fátima. Esta hacienda inicialmente fue propiedad de la familia Escobar, luego paso a manos de la familia Tawil, a manos de Libardo Cruz y Ligia Patiño, y actualmente esta en manos de la familia Osorio.

De la casa se conserva el portal principal y un imponente samán. De la casona se dice que sacaron un entierro de morrocotas en las gradas que van al segundo piso, que eventualmente se escuchaban ruidos de cadenas y pisadas de caballos sobre la madera, y que también se ve una niña en el segundo piso en horas de la madrugada.

Los fantasmas del Teatro Sarmiento



Cuentos, mitos y leyendas de Tuluá
Margarita Rodriguez, El País.

Algunos dicen que se trata de puras coincidencias y le restan credibilidad al asunto, pero Juan Carlos Castillo no lo pone en duda: en el Teatro Sarmiento, de Tuluá, asustan.

Lo hacen de día, de noche, con las luces encendidas y, según el joven luminotécnico, sin pudor. Pues dice tener registrados los fantasmas que rondan al emblemático escenario tulueño en fotografías desprevenidas. “La puerta de la oficina, el baño de los hombres y la cuarta fila de la silletería los tenemos identificados como algunos de los sitios de las apariciones”, dice el muchacho con una convicción que se alimenta cada día entre sillas, tramoyas y bombillas.

Cosas que caen sin razón aparente y extraños sonidos lo tienen convencido de que la tenue imagen del rostro de un hombre, que registró con su cámara fotográfica, corresponde “al indio, un comisionista”, como en un tiempo se conoció a un viejo visitante del teatro.

‘La Mona’, quien se encarga de la taquilla, así como antiguos empleados del Sarmiento también dan fe de esas situaciones misteriosas, aunque no hayan visto al espectro.

“Que más que lo que le pasó a Carlos Donoso, en diciembre del 2005: cuando terminó la función, se bajó del escenario y nos llamó. Nos dijo que en una silla, en la número 83, vio a la muerte. Efectivamente, cuando fuimos a mirar, todos los asientos estaban reclinados menos ese”, relata ‘La Mona’ o Nubia Amparo Salazar, como le dicen pocos por esta tierra.

Y Juan Carlos agrega: “Al tiempito se murió el maestro Héctor Cedeño, quien se sentaba por ese lado. Y justo allí fue donde me cayó un bombillo”.

Bastó esa experiencia sobrenatural para que el cuento del fantasma del Teatro Sarmiento se ‘regara’ como un buen chisme por las calles de la Villa de Céspedes y se hiciera popular. Tanto como muchos otros cuentos de sustos y espantos que le ponen un toque místico a uno que otro rincón vallecaucano.

La monja y el taxista



Cuentos, mitos y leyendas de Tuluá.
Fuente: lahoradelosfantasmas

Esto sucedió en la ciudad de Tuluá, (Valle del Cauca / Colombia), hace pocos años al señor Diego Fernando Rojas, taxista del municipio.

Una noche, el taxista deambulaba en las cercanías del cementerio de esa villa, cuando una monja solicitó sus servicios para trasladarse a una sala de velación en el centro de la ciudad. Al apearse le pidió que la esperara por unos instantes mientras entraba a la funeraria. En vista de que la monja se demoraba demasiado, el chofer ingresó a la funeraria a objeto de obtener el pago por el servicio prestado. Al preguntar por la monja que acababa de entrar, los presentes le indicaron que ninguna monja había entrado a la sala de velación, sin embargo, grande fue su asombro al ver que la monja a quien transportó reposaba en un féretro, pues había fallecido en la mañana de ese día.

En opinión de los taxistas de Tuluá, ellos se abstienen de transportar monjas especialmente cuando el sol ya se ha ocultado...

La Mula del Parque Boyacá


Cuentos, mitos y leyendas de Tuluá
Fuente: leojuegoyaprendo.wordpress.com

El parque más antiguo de nuestra ciudad era el parque principal, hoy parque Boyacá, que era una planada con piso de tierra y frondosos árboles, lugar de reunión en ese entonces de los habitantes de ese pequeño villorrio. La gente se acostaba, temprano y no había energía, pero si había historias de fantasmas.

Uno de los más tradicionales era que en horas de la noche se oía el trote de una mula dándole vueltas al parque, y al salir a buscarla solo se sentía una fantasmal presencia y lo único que encontraban eran, las huellas de ese maléfico animal, pero al revés.

El Pollo Bajo el Sombrero


Historias, mitos y leyendas de Tuluá.
Fuente: Semana, muchas leyendas urbanas.

Hace muchos años, en Tuluá un señor entro a robar comida a un supermercado llamado Mercafé (así se llamaba en esa época). Al pasar por las neveras tomó un pollo congelado y se lo puso en la cabeza, tapándolo con su sombrero. Salió caminando hacia la puerta principal, y de repente cuando ya estaba en la salida, cayó muerto al piso... algunas personas cuentan que murió porque su cerebro se le había congelado.

El Mendigo Millonario


Historias, Mitos y Leyendas de Tuluá
El País, marzo de 2003.

En las calles de Tuluá, donde se pierde la débil línea entre el mito y la realidad, todos comentan del hombre que recorría la Plazuela, Cienegueta y el Parque Boyacá, repartiendo una lluvia de dólares. Una historia que se empezó a escribir el 10 de febrero del 2003, día en el que para algunos llegó la riqueza, pero para la familia Gutiérrez Castrillón el dolor y la muerte.

En la bóveda 1.400, en el rincón más olvidado del Cementerio Central de Tuluá, reposa el cuerpo del 'Mendigo Millonario', Rodolfo Gutiérrez Castrillón, quien durante dos semanas fue uno de los hombres más ricos de Tuluá.

Los fajos de miles de dólares que, dicen, encontró en la mansión abandonada del narcotraficante Iván de la Vega Cavas, extraditado a Estados Unidos, no le sirvieron para pagar su entierro. Con los pocos pesos, reunidos entre sus nueve hermanos y la comunidad de la vereda Cienegueta, pudieron 'juntar' para un modesto sepelio. Algunos en un bus alquilado, otros caminando, recorrieron los dos kilómetros que separan la caseta comunal de la humilde vereda del cementerio, mientras el cielo se desprendía a cántaros.

Así, con un diluvio que se cernía sobre las calles de Tuluá, la familia de 'El Indio', como lo apodaron sus amigos desde niño, y algunos curiosos, le daba el último adiós. No más de 50 personas lo acompañaron a su última morada. La romería que días atrás había desfilado por las polvorientas calles de la vereda, ubicada a pocos minutos de la Villa de Céspedes, no apareció por el entierro. Las decenas de personas, que dicen, recibieron fajos o billetes de a cien dólares, tampoco acompañaron al 'Mendigo Millonario' a su tumba. Dicen que ellos apenas recibieron el dinero desaparecieron de la ciudad. Huyeron por miedo de que les arrebataran "los dólares malditos".

En cierta oportunidad, 'El Indio' ingresó a la mansión abandonada para robarse, como en otras ocasiones, las lámparas, los inodoros y los grifos de la casa. Dicen que encontró lo que un mes después se convirtió en su verdugo: una caleta en la que habían escondido una maleta con fajos de billetes de cien dólares. Llenó su costal de estopa con el dinero y comenzó a deambular por la población vallecaucana. Paró un taxi y le dijo que lo llevara al barrio Chino, como conocen La Plazuela, donde permanecía con otros indigentes la mayor parte del tiempo. Después de pagarle al conductor con uno de los billetes, empezó a derrochar el dinero con prostitutas y viciosos. "El, en su carreta de reciclador, comenzó a repartir dólares. A unos les daba un atado a otros sólo un billete. A mí me ofreció pero no le quise recibir, pensé que eran falsos y que me traerían problemas", relata una de las pocas personas que acepta haber visto el dinero.

Cuando se pregunta sobre el 'Mendigo Millonario', todos dicen conocer su historia, pero nadie acepta haber recibido un peso. "Usted cree que si yo hubiera recibido estaría metida todavía aquí. Ya me hubiera ido para España", dice una morena de cuerpo curvilíneo que se aleja riéndose, mientras camina por un largo corredor de una casa de prostitución del barrio Chino. Y en la Plaza de Boyacá, aunque la historia de 'El Indio' hace parte de los cientos de rumores que embargan el lugar, ninguno de los asiduos visitantes acepta que recibió ni un peso. "Los que recibieron ese dinero ya se perdieron de aquí. Y a los otros les da miedo aceptarlo", asegura un comisionista que trabaja en el parque.

Fueron dos semanas en las que decenas de personas llegaban a la humilde vivienda, de paredes de bahareque y esterilla, donde Rodolfo vivía con sus padres y uno de sus hermanos. Pero allí ni siquiera conocieron el verde de los dólares que 'El Indio' repartía. "Si mi hijo hubiera encontrado ese dinero, *cómo creen que yo viviría en estas condiciones de miseria*", señala doña María Esneda Castrillón, mientras recorre las tres humildes habitaciones que conforman su hogar.

Dicen que muchas personas de Cienagueta compraron televisores, equipos de sonido y neveras. Pero en la humilde vivienda de Rodolfo, el único electrodoméstico que existe es una vieja estufa de dos boquillas. "Lo de la plata sí es cierto. Yo estaba trabajando en Mediacanoa con otras personas de acá. Apenas nos contaron que 'El Indio' estaba repartiendo dólares, nos regresamos. Ese día yo le pedí que me regalara plata para arreglar la casa que se me estaba cayendo y me dijo que claro, que más tarde me daba", recuerda don Ovidio Gutiérrez, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda.

Pero, según cuenta don Ovidio, ese mismo día, varios hombres en una camioneta se llevaron a la fuerza a Rodolfo de su casa. Lo sacaron, pese a los ruegos de doña María Esneda. Al otro día 'El Indio' regresó a Cienagueta. Pero esta vez no cargaba a cuestas el costal con los dólares. "El me contó que le habían quitado el dinero", dice uno de su amigos. 'El Indio' volvió a deambular por Tuluá. Esta vez ya no repartía el dinero, sólo contaba cómo se había encontrado un tesoro en la casa abandonada. Y esa ambición se 'coló' en el alma de muchos curiosos que acudieron a la mansión para buscar más caletas. Dañaron los baños, los clósets de cedro de las ocho habitaciones de la casa destruyeron los aires acondionados, abrieron huecos en los pisos de cerámica. Todo, lo que otrora había sido lujo y esplendor, fue destruido por la maleza y los 'cazadores' del tesoro del narcotraficante Jaime de la Vega.

Hasta la misma Policía, dos años atrás había allanado la vivienda en busca del tesoro. Informantes de los investigadores les habían indicado que en la vivienda del narcotraficante Jaime de la Vega, quien trabajaba para los Mellizos Mejía Múnera, había una caleta de dinero. No la encontraron. 'El Indio' la halló un 10 de febrero. Un mes después su cadáver apareció con siete disparos y con señales de tortura, al parecer en una finca de Tuluá lo torturaron para quitarle lo que pensaron aún tenía.

Villa Isabel: La finca del terror


Historias, Mitos y Leyendas de Tuluá
Fuente: El Espectador

Hace unos años la Fiscalía inició el proceso de extinción de dominio de una propiedad donde alias “Porrón”, habría cometido asesinatos y descuartizamientos. La finca del terror (Villa Isabel), ubicada en el corregimiento de Aguaclara, era el lugar donde Óscar Darío Restrepo Rosero, alias Porrón, y Jhon Estiven Idrobo Pérez, alias Jerry, llevaban a sus víctimas de extorsión para que les pagaran las sumas de dinero que les exigían, luego de someterlas.

La macabra historia de vejámenes y torturas que infligian Porrón y Jerry a sus víctimas de extorsiones se conoció por el relato de un hombre que logró escapar de ese cautiverio. Se trataba de F* (las autoridades guardaron reserva de su nombre), quien la noche del 28 de mayo de 2010 fue secuestrado mientras esperaba un transporte en el centro comercial La 14 de Calima, en el norte de Cali, allí fue interceptado por dos hombres armados y obligado a subir a una camioneta. Esa noche fue drogado, amordazado, fotografiado y filmado. Las imágenes fueron enviadas a su familia como prueba de supervivencia.

Luego de tres días de maltrato, lo trasladaron a la finca Villa Isabel de Tuluá donde fue recibido por un hombre llamado César Tulio González Pérez, tío de alias Jerry y la persona que vivía en el lugar. Lo encerraron en un cuarto del segundo piso, que tenía una reja a la que le ponían cadena. Esa noche, contaba F, que desde su ventana veía una llamarada grande y percibía un olor fétido, como si estuvieran quemando carne humana. Asimismo observava que las personas que estaban en la finca llevaban bolsas negras de un lado a otro. F explicaba que en medio del desorden que había quedado, pudo escapar de la finca en la mañana del 1º de junio y llegar a un puesto de la Policía. Al enterarse de la historia, las autoridades iniciaron un operativo.

En la finca Villa Isabel encontraron la maleta y los documentos de F en la habitación del segundo piso en la que estuvo recluido. Capturaron a César Tulio González, que era el único presente en el lugar, y rastrillaron todo el predio. Entonces encontraron restos de lo que habría sido una fogata. Al recordar lo que F dijo sobre el olor fétido, ordenaron al CTI y Medicina Legal inspeccionar la finca. Las autoridades removieron la tierra y hallaron restos óseos carbonizados. La diligencia se convirtió en una exhumación en la que encontraron partes incineradas de una tibia, un cúbito, un radio, entre otras. Asimismo, entre los rescoldos había fragmentos de una mandíbula que aún tenía dientes. Se corroboró que existía evidencia física de la quema de un cuerpo, por lo que la Fiscalía abrió una investigación por el desmembramiento y homicidio de una persona de género masculino no identificada. En aquel entonces Porrón y Jerry, eran los amos y señores de las extorsiones en Tuluá.

Los dueños de la finca Villa Isabel, que se la habían alquilado a César Tulio González, alegaron que no sabían de sus actividades ilícitas o las de su sobrino, alias Jerry, y Porrón. Gustavo Velásquez, propietario del inmueble, le dijo a la Fiscalía que conocía a César Tulio desde el bachillerato, 30 años atrás, y que por esa razón le había arrendado la finca. La Fiscalía, sin embargo, consideró que si bien la forma en que compraron la finca fue legal, “(los dueños) faltaron a su deber de cuidado y vigilancia sobre su inmueble para evitar que se le diera una destinación ilícita por parte de sus moradores”.

La extinción de dominio de la finca Villa Isabel fue uno de los primeros procesos en los que la Fiscalía, con el apoyo de la Policía Antinarcóticos, buscó arrebatarle a la mafia un inmueble que no tenía nada que ver con el narcotráfico, sino que se utilizó para cometer escabrosos crímenes.

El Castillo de Fátima

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